Una autoscopia sobre la realidad de la vida y la asunción de uno mismo.
Y así ha llegado el momento del silencio, algún día tendría que venir, porque demasiadas palabras sacuden tu cabeza, demasiada conversación drena tu mente, disuelve tus sentidos y te distrae de lo esencial.
Sé que intenté escapar, que no quería aceptar la soledad y la ausencia de ruido. Luché por quedarme con los demás, ser como ellos, muchos amigos, muchas fiestas y mucha alegría, pero no era así. Era un niño callado, silencioso que siempre estaba en su esquina, encerrado en su mundo, silencioso, escondido dentro de su cerebro.
Nunca tuve una habilidad especial para la exposición pública, aunque tengo cierta capacidad para la argumentación, cuando experimenté las artes de la política, me sentí incómodo con la mentira, la necesidad de estar constantemente bajo los ojos de las masas, bajo el escrutinio de los demás. Nunca me gustó realmente ser examinado. No sé si por miedo, sí, siempre fui muy miedoso, miedo de no ser capaz, incapacidad de ser tan bueno como los demás. Siempre los otros en un término comparativo, al final así es el mundo, descubriendo diferencias entre unos y otros, compitiendo para superar a los demás en lugar de ayudarse mutuamente.
En resumen, un joven con complejos de inferioridad solo puede producir un adulto inseguro que, a pesar de su tenacidad para vivir una vida independiente y pagar sus cuentas, ha dejado de lado algunas debilidades que aparentemente no eran tan obvias, pero igualmente serias, tan serias como aquellos que no pueden gobernarse a sí mismos y construir una vida sólida y estable.
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