Tres tratados (uno de ellos, adaptación del diálogo platónico homónimo) sobre la capacidad de entrever acontecimientos futuros, en los que Cicerón se muestra muy racionalista y escéptico.
Componen este volumen tres obras cuyo tema es la capacidad de los hombres para conocer lo que les depara la suerte o (caso de existir) el destino. El diálogo Sobre la adivinación, publicado en el 44 a.C., trata de las doctrinas estoicas acerca del destino y la posibilidad de predecirlo. El diálogo, mantenido en la villa que Cicerón poseía en Túsculo, tiene como interlocutores a su hermano Quinto y a él mismo (Marco). El primero, que se muestra muy familiarizado con las concepciones estoicas, sostiene la validez de algunas formas de adivinación, y opina que por prudencia debe mantenerse la adivinación de asuntos de estado. Marco replica que el futuro puede obedecer al azar (en cuyo caso no puede conocerse de antemano) o está predeterminado (y entonces de nada sirve conocerlo, puesto que no se puede modificar). De divinatione trata de combatir un creciente interés por la profecía religiosa y termina con un elocuente ataque a la superstición, que se describe como ‘extendiéndose por todo el mundo, oprimiendo la mente de casi todos y aprovechándose de la debilidad humana’. En este tratado, pues, la religión no está más libre que cualquier otro asunto de la práctica académica de oír a todas las partes, y se llega a demoler las supersticiones que habían recibido un trato respetuoso en Las leyes.
Sobre el destino, del año 44 a.C., conservado sólo en parte, analiza si las acciones humanas están predeterminadas o no, y se opone al fatalismo estoico con varios argumentos que indican una prolongada reflexión sobre la materia. Completa este volumen la parte conservada de la adaptación que Cicerón hizo del Timeo platónico, en el que el filósofo pitagórico que da nombre al diálogo trata de la creación del universo por un dios creador o demiurgo bueno.
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MARCO TULIO CICERÓN (106-43 a.C) es una figura capital para entender la política de los últimos años de República romana, pero también, y sobre todo, para comprender la evolución de la vida intelectual y artística de su época. Fue, sin duda alguna, el primer orador de su tiempo y de la historia de Roma, creador de una prosa capaz de expresar tanto las complejidades del pensamiento abstracto como el equilibrio, la gracia y la frescura indispensables para una verdadera prosa artística. Filósofo, hombre de leyes, retórico, político, figura pública y, en definitiva, escritor, sus oras marcan la literatura de su tiempo hasta el punto de considerar que el latín clásico es por antonomasia el de Cicerón.