Durante el siglo XIX, los philosophical toys promovieron y acompañaron el desarrollo de los estudios sobre el movimiento, oscilando entre una mera curiosidad por los efectos ópticos y una argumentación fisiológica sobre el funcionamiento de la vista. Todos los artefactos que poblaron el siglo con nombres tan estrafalarios como kinesígrafo o zootropo o praxinoscopio o fenakistiscopio o electrotaquiscopio o taumatropo quedaron agrupados bajo ese título genérico: juguetes filosóficos. Inquietante definición en la que todavía se mantenían unidas la dimensión del juego y la del pensamiento. Prolongados en un determinado sentido, los juguetes filosóficos conducen al espectáculo del cine. Desmontados en el sentido contrario, hacen posible las investigaciones de Eadweard Muybridge o de Étienne-Jules Marey. Allí, en los experimentos cronofotográficos, el movimiento aparece segmentado en forma analítica como una sucesión de poses estáticas.
Es esta paradoja la que ha sido rescatada por diversos artistas contemporáneos: de Saer a Sebald, de Godard a Duchamp, de Bill Viola a Cindy Sherman. Resulta interesante constatar que buena parte del arte moderno, tan marcado por el signo del cine, no se interesa por la ilusión del movimiento sino por su manipulación y su deconstrucción. Cuando es capturada en su reverso, la imagen cinematográfica revela su carácter no reconciliado y, por lo tanto, su afán didáctico que enseña a ver todo de nuevo.
Como dice Godard: ‘Es la historia de Marey, que había filmado la descomposición de los movimientos de los caballos, y cuando le hablaron de la invención de Lumière, dijo: 'Es completamente imbécil. ¿Por qué filmar a la velocidad normal eso que vemos con nuestros ojos? No veo cuál podría ser el interés de una máquina ambulante'. Entonces, la máquina efectivamente falla entre Lumière y Marey. Hay que volver a empezar desde ahí’.
Circa l’autore
David Oubiña nació en Buenos Aires en 1964. Estudió realización cinematográfica y se licenció en Letras en la UBA. Es docente en la Universidad del Cine, en la Universidad de Buenos Aires y en New York University. Ha escrito El cine de Leonardo Favio (en colaboración con Gonzalo Aguilar, Editorial del Nuevo Extremo, 1993) y Manuel Antín (Centro Editor de América Latina/Instituto Nacional de Cinematografía, 1994), ha compilado El guión cinematográfico (en colaboración con Gonzalo Aguilar, Editorial Paidós/Universidad del Cine, 1997) y ha contribuido con sus trabajos a diversos volúmenes colectivos. Publica regularmente en publicaciones especializadas del país y del exterior, y ha sido becario del Fondo Nacional de las Artes, la Fundación Antorchas, la Comisión Fulbright y el British Council.