Gervaise Macquart, que había llegado a París cargada de proyectos e ilusiones, se encuentra sola y con hijos que alimentar en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Cuanto más intenta tirar adelante de forma honrada, lavando sin descanso ropa sucia para salir de ese lodazal de miseria, degradación y vicio, más se hunde en él y más cerca está de ser engullida por el tugurio donde hombres y mujeres se abandonan en los brazos del alcohol para desaparecer.
Pese al éxito arrollador que obtuvo cuando fue publicado en 1877, «El tugurio» fue muy polémico; la burguesía lo calificó de indecente y a la clase obrera le pareció insultante. Quizás lo escandaloso realmente fue que, como dice Maria Aguilera en el prólogo de esta edición, la obra maestra de Émile Zola causa «la inefable sensación de que no es literatura, sino realidad».
«Nadie irá más allá». — Emilia Pardo Bazán
Over de auteur
Émile Zola nació en París en 1840. La muerte temprana de su padre lo llevó a vivir una infancia llena de privaciones y a dejar la escuela, donde conoció a su amigo, el pintor Paul Cézanne, para buscar trabajo. Su primer contacto con la literatura fue trabajando de dependiente en la librería Hachette; en 1871, ya trabajaba en Los Rougon-Macquart, un proyecto literario que concluiría en 1893 y comprendería veinte novelas entre las que cabe destacar El Tugurio (1877), Nana (1880) y Germinal (1885). La saga, que, inspirada en el modelo de La comedia humana, de Honoré de Balzac, y ambientada en el Segundo Imperio, está compuesta por novelas autoconclusivas con personajes compartidos, supuso el gran legado del movimiento literario del naturalismo, fundado por el mismo Zola. Su implicación en los problemas sociales de Francia no se limitó a sus novelas; tomó un papel activo en el caso Dreyfus en defensa de la inocencia de un militar francés de origen judío acusado falsamente de ser un espía. Lo hizo a través de diversos artículos, entre los cuales se encuentra su célebre Yo acuso (1898). Las consecuencias no se hicieron esperar y el Gobierno orquestó una campaña de difamación contra Zola, que se exilió a Londres y jamás se recuperó del impacto psicológico y económico de luchar contra el antisemitismo y de defender la justicia hasta las últimas consecuencias. Murió en 1902, supuestamente asfixiado, aunque probablemente asesinado por alguien que tapó la chimenea de una estufa. Su funeral en París fue multitudinario. Cuatro años después de su muerte, Alfred Dreyfus fue declarado inocente.