¿Qué se nos narra en estas páginas que, desde el título, citan a Marcel Proust y su ’tiempo recobrado’?
Una escritora madura vuelve a los lugares de su infancia, recreados en los detalles escondidos en cada piedra, detrás de cada puerta, a la sombra de los pórticos, en los olores que lleva el viento… Cuando era niña, la escritora pasó los primeros años de su vida observando las maravillas de la montaña, imaginando cómo eran sus padres realmente y qué hacían antes de que ella y su hermana pequeña vinieran al mundo. El padre, a principios del siglo xx, era fotógrafo aficionado; la madre, mucho más joven que él, parecía algo apartada de todo, aunque era lo suficientemente sociable… y muy elegante.
Con una sabiduría llena de encanto, Lalla Romano nos ofrece en este texto suyo de 1964 una obra bellísima y exacta, con páginas nunca demasiado melancólicas ni demasiado dolorosas que rastrean la felicidad perdida. La dicha, parece decirnos la autora, se encuentra en los pliegues del tiempo, en esos desplazamientos que a veces se crean entre el pasado y el presente. Toda la novela está impregnada, por lo tanto, de un sentimiento del después, de las cosas reconocidas sólo cuando han pasado y desaparecido.
La propia Romano lo dijo en una entrevista: ‘No hay arrepentimiento ni nostalgia en este libro, pues aquel mundo no está perdido. Es cierto que ha pasado, irrevocablemente; pero ahora siento su mérito, es decir, lo comprendo, lo amo y, finalmente, lo poseo. Como dice Faulkner, la felicidad no es, pero fue’.
Over de auteur
Lalla Romano nació en Demonte en 1906 y murió en Milán en 2001. Estudió en la Universidad de Turín; posteriormente trabajó como bibliotecaria y profesora. Durante la Segunda Guerra Mundial regresó a su casa materna: allí entró en contacto con los partisanos. En 1941, Eugenio Montale la animó a publicar su primer poemario, Fiori, y dos años después Cesare Pavese le encargó una traducción de Flaubert. Cuando terminó la guerra se instaló definitivamente en Milán. Por recomendación de Pavese y Natalia Ginzburg escribió su primera novela, Maria (1953). A su muerte dejó tras de sí una de las obras más singulares de la literatura italiana del siglo xx. En 1964 le llegó el reconocimiento público gracias a su cuarta novela, La penumbra que hemos atravesado.