¿Por qué se habla tan poco del Espíritu en la vida del fundador del cristianismo, una de cuyas creencias más características era que sus miembros se convertían en poseedores, en un sentido único, del Espíritu de Dios? ¿Por qué los Evangelios sinópticos mencionan tan poco del Espíritu Santo, cuando los cristianos de la primera generación creían que ellos mismos estaban viviendo bajo la inmediata dirección del Espíritu de Dios, y la primitiva Iglesia -según nos la pintan los Hechos de los Apóstoles y otros libros de tradiciones no sinópticas— era decididamente pneumática? Apenas hay un capítulo del libro de los Hechos en donde no se represente al Espíritu en acción. Todo momento crítico en la historia de la Iglesia, tal como allí se describe, se convierte en escenario de la intervención del Espíritu. ¿De dónde sacó la Iglesia sus nociones acerca del Espíritu y su certeza de que estaba inspirada? Algunos teólogos de comienzos del Siglo XX dieron a este enigma, respuestas muy radicales. Hans Windisch (1881-1935), en su obra Jesus und der Geist nach synoptischer Überlieferung afirma que puede demostrarse que las palabras de los Evangelios que se refieren al Espíritu, no son auténticas, sino todas ellas inserciones posteriores que se deben a la actividad redaccional. Hans Leisegang (1890-1951), va todavía más lejos. En su famosa obra Pneuma Hagion, no duda en afirmar que el concepto sobre el Espíritu de la Iglesia Primitiva tiene su origen en el misticismo griego, en mitos y especulaciones que se añadieron a la enseñanza de Jesús, 'elementos extraños a los Evangelios sinópticos, que se deslizaron del pensamiento y de la creencia helenísticos a las narraciones de los hechos y palabras del Salvador’. K. Barrett sale al paso de estos radicalismos y niega que los rasgos pneumatológicos que puedan hallarse en los Sinópticos sean atribuibles a influencias helenistas.
O autorze
Charles Kingsley Barrett (1917-2011), nació en Manchester, en el hogar de un pastor metodista. Decidido a seguir los pasos de su padre, cursó estudios de teología en Cambridge, Wesley House, obtuvo su doctorado, y a partir de 1943 ejerció como pastor en Darlington, labor que no abandonó jamás, pese a que en 1945 entró como profesor asistente de teología y divinidades en la Universidad de Durham, pasando a profesor titular en 1956. Reconocido como uno de los más eminentes exégetas bíblicos del Siglo XX, impartió conferencias en todo el mundo y fue profesor visitante de numerosas universidades en los Estados Unidos, entre ellas la Universidad de Yale. Honrado con doctorados honoris causa por las universidades de Hull, Aberdeen y Hamburgo, en 1961 entró a formar parte de la British Academy, y ocupó diversos cargos eclesiásticos, entre ellos el de vicepresidente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Escribió más de 20 libros, siendo especialmente apreciados sus comentarios a Juan, Hechos, Romanos y Corintios, así como la presente obra sobre el Espíritu Santo.