Tarde o temprano los antiguos poetas trágicos irrumpen en nuestras vidas y nos revelan lo cerca que se mantienen de nuestros sentimientos. Dos mil quinientos años después de su estreno, la compasión y el horror que produjo Eurípides en aquellos primeros espectadores siguen provocándose en nosotros.
Como en toda tragedia griega, en Medea existe una historia con la que el público estaba familiarizado: la leyenda de los argonautas. Traicionada por Jasón en Corinto, tras haberlo ayudado a obtener el vellocino de oro, Medea se enfrenta a un abismo emocional donde la venganza y la razón se entrelazan. La decisión de matar a los propios hijos –un núcleo conmocionante del texto de Eurípides que no aparece en otras versiones del mito– sigue resonando a través de los siglos. Carla Maliandi, dramaturga y narradora argentina, presenta a Medea sin juicio moral, porque sabe, a fin de cuentas, y como quería J.R. Wilcock, que 'describir a los hombres –y mujeres– es una manera de ejercer la compasión’. ¿Cuánto valen la dignidad, el honor, la justicia? Para Medea tienen el precio más alto: su razón misma. Ella no es solo una antigua leyenda occidental que muestra de lo que una mujer es capaz: es un reto acerca de cuánta verdad somos capaces de soportar.
Esta edición incorpora, además, un texto de Cesare Pavese donde escuchamos la voz ya vieja de Jasón, acaso como balance o contrapunto, perdón o memoria de la mítica hechicera.
O autorze
Eurípides (Salamina, ca. 480 a. C. – Pella, 406 a. C.) fue el más joven de los tres grandes trágicos griegos, después de Esquilo y Sófocles. Poco se sabe con certeza de su vida, pero entre esos datos se rescata que fue educado en Atenas, que tuvo una formación notable y que fue amigo de Sócrates. Se dice también que fue portador de la antorcha en los ritos de Apolo Zosterios y que tenía una de las bibliotecas más completas de Grecia –lo que reflejaba su amor por el estudio y su distancia de la política–. En su juventud se interesó por la pintura y la música, y asistió a lecciones de destacados pensadores, como el filósofo natural Anaxágoras y los sofistas Pródico y Protágoras.
Escribió más de noventa obras, de las cuales se conservan solo diecinueve: dieciocho tragedias y un drama satírico titulado Cíclope. En ellas impulsó una renovación del género trágico, tanto por su marcado escepticismo ante las creencias religiosas como por la limitación del papel del coro, el uso de un lenguaje coloquial y la representación de héroes tradicionales y míticos como personas comunes en circunstancias extraordinarias. Esto le hizo merecedor del famoso tópico aristotélico según el cual 'Sófocles representa a los hombres como deberían ser y Eurípides, como son’.
Si bien en su momento no obtuvo los mayores reconocimientos como dramaturgo –participó en los concursos dramáticos durante cincuenta años, pero quedó primero en ellos solo cuatro veces–, fue realmente popular y pronto se convirtió en una piedra angular de la educación literaria de la antigüedad, junto con Homero, Demóstenes y Menandro. Más tarde, piezas como 'Medea’, 'Ifigenia en Áulide’, 'Electra’ y 'Las Bacantes’ lo consagraron como uno de los dramaturgos más representados de la literatura mundial.
En su tiempo, Eurípides mantuvo vínculos estrechos con otros autores, especialmente Sófocles, con quien competía en los festivales dramáticos atenienses como las Grandes Dionisias. Aunque no ganó muchos premios, su impacto literario y teatral fue profundo. Y por cierto los atenienses financiaron sus producciones más de noventa veces, lo que permite deducir que sin duda valoraban su trabajo.
Sus puestas eran famosas por los recursos innovadores, que incluyen el uso frecuente del controversial deus ex machina, literalmente el dios de la máquina, que remite a la aparición en escena de una grúa u otro medio mecánico trayendo a un actor que interpreta a una deidad para resolver una situación –como efectivamente ocurre sobre el final de Medea–. Suele subrayarse también su particular habilidad para presentar la hondura psicológica de sus personajes.
La frecuentación de los sofistas y un enfoque filosófico y crítico se manifiestan en la densidad de los argumentos de Eurípides, que a menudo desafiaban las normas sociales y religiosas del momento. De hecho, él no participaba de la política como los otros trágicos, sino que presentaba su posición a través de sus obras, juzgando la tiranía desenfrenada y criticando a los demagogos que conducían al pueblo a la guerra y la destrucción.
Eurípides no solo reformó la estructura de la tragedia ática tradicional, sino que también se convirtió en un crítico de la sociedad ateniense. La animadversión que manifiesta por él Aristófanes, plasmada en comedias como 'Las ranas’ y 'Las Tesmoforias’, refleja el antagonismo ideológico entre el pensamiento conservador y el racionalismo avanzado de Eurípides. Su crítica a la religión y la moralidad convencionales –que incluía, por ejemplo, la representación de personajes femeninos rebeldes, esclavos de gran sagacidad o una crítica profunda de las consecuencias de la guerra–, así como su enfoque en los conflictos humanos, lo ubican entre los dramaturgos más visionarios de la historia.