Esta obra se ocupa de la autonomía de los símbolos y de su papel en la creación de cultura. El argumento central, que ya se anticipa en el libro anterior del autor, La invención de la cultura, es al mismo tiempo simbólico, filosófico y evolucionista: el significado es una forma de percepción a la que los seres humanos están adaptados física y mentalmente. Mediante la utilización de sus muchos años de investigación entre los daribi de Nueva Guinea, al igual que de la cultura occidental, Wagner se acerca a la cuestión sobre la creación del significado al investigar las cualidades no referenciales de los símbolos por ejemplo, sus cualidades estéticas y formales que les permiten significarse a sí mismos.
Wagner argumenta que el significado es fundamentalmente una percepción mental, similar a la visión binocular. Organizada en términos de referencia verbal, la imagen significativa se constituye como tropo o metáfora. Los «símbolos nucleares» de la cultura crecen por medio de la expansión de los tropos en los marcos abarcadores del mito, las relaciones de parentesco y los rituales.
La autorreferencialidad implica el agotamiento de estos marcos tal como son percibidos, lo que ocasiona la sucesión de las épocas históricas y las inversiones a modo de cataclismo como la Reforma en la evolución de una civilización compleja. Al centrar su argumentación en el movimiento del significado, en lugar de hacerlo en el del referente, Wagner es capaz de demostrar este movimiento como variable independiente.