¿Por qué, en pleno siglo XXI, seguimos creyendo en algo o alguien superior, llámese Dios, meditación trascendental, espiritualidad o sentido de la vida? ¿De dónde surge esta necesidad, antigua como nuestra especie, de preguntarnos por lo que habrá ‘después’ o lo que está ‘más allá’? ¿Viene ‘de fábrica’ o es un producto de la cultura? ¿Por qué Messi mira al cielo después de hacer un gol? En este libro fascinante, que es un verdadero viaje al corazón de las creencias, Diego Golombek se anima a proponer una ciencia de la religión como fenómeno eminentemente humano.
A lo largo de estas páginas, nuestro autor pasa revista a un sinfín de experimentos que muestran cómo actúan las neuronas de monjas rezadoras, budistas meditadores, pentecostales o iluminados con LSD, peyote, ayahuasca y hongos alucinógenos varios. Recorre las historias de quienes han atravesado experiencias límite, como trances epilépticos o la vivencia de la propia muerte con la misteriosa luz al final del túnel. E incluso se mete en el mundo de los rituales diseñados ad hoc y los asesores espirituales robóticos.
La investigación científica que, entre otras cosas, ha encontrado circuitos cerebrales en la base de visiones y experiencias místicas sugiere que, si la creencia en lo sobrenatural está tan arraigada en nuestra especie, quizá se deba a alguna ventaja adaptativa que tuvo a lo largo de nuestra historia. De hecho, está demostrado que la religión reduce la ansiedad, estimula la empatía con los demás y los lazos comunitarios y aporta mayor seguridad personal. ¿Será que las tecnologías religiosas surgieron como un subproducto del desarrollo cognitivo de los humanos, pero se revelaron tan beneficiosas que siguen con nosotros desde hace millones de años? Con sentido del humor y una claridad a toda prueba, Diego Golombek nos propone una aventura desafiante: la búsqueda de Dios en los pliegues del cerebro humano.
Sobre o autor
Diego Golombek es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige un laboratorio especializado en cronobiología, el estudio de los ritmos y relojes biológicos, y es investigador superior del Conicet. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Neurociencias, coordinador del Programa Nacional de Popularización de la Ciencia y director del Instituto Nacional de Tecnología Educativa. Además de su labor como científico, tiene una reconocida trayectoria como divulgador de la ciencia en diversos ciclos televisivos y medios gráficos. Es autor de varios libros y uno de los organizadores de TEDx Ríodela Plata. Entre muchas otras distinciones, recibió la beca Guggenheim, el Premio Kalinga/Unesco –la máxima distinción mundial en divulgación científica–, el Premio Konex, el Premio Nacional de Ciencias Bernardo Houssay, la Orden de las Palmas Académicas del gobierno de Francia y el curioso (aunque académico) Premio Ig Nobel.