Apuntaciones sueltas de Inglaterra. Leandro Fernández de Moratín
Fragmento de la obra
1
Encontrones por las calles. Los ingleses que van deprisa, sabiendo que la línea recta es la más corta, atropellan cuanto encuentran; los que van cargados con fardos o maderos, siguen su camino, no avisan a nadie y dejan caer a cuantos hallan por delante.
2
Los que barren las calles piden dinero a los que pasan; las mujeres que venden bollitos o estampas, lo mismo; los granaderos de centinela en el palacio de San James, lo mismo.
3
He visto algunas veces los carteles de las comedias puestos sobre las piernas de vaca, en las tiendas de los carniceros.
4
En el día 5 de noviembre se celebra el aniversario de la famosa conjuración, cuando quisieron volar con pólvora el Parlamento: maldad atribuida a los papistas. Algunos días antes andan los chicos pidiendo dinero por las calles para quemar al Papa. En el día del aniversario, la gente rica se emborracha en banquetes suntuosos; las viejas van a rezar a la iglesia (donde se celebra con oficio particular el suceso); los muchachos y la gente del pueblo pasean por la ciudad varias figuras de paja, perfectamente parecidas al pelele que se mantea en Madrid el Martes gordo. Estas figuras representan, en su opinión, al Papa; entretiénense todo el día con él, le insultan, le silban, le escupen, le tiran lodo, le arrastran por las patas, le dan pinchazos, y al fin muere quemado a la noche, con grande satisfacción y regocijo público.
5
En la calle Pall Mall se ve la famosa colección de pinturas poligráficas. Pocos años ha que se halló el secreto de sacar con admirable brevedad y semejanza muchas copias de cualquiera pintura. Se formó una compañía, que ha adquirido muy buenos originales, y de éstos y de cualesquiera otros sacan las copias que se les encargan, muy parecidas y muy baratas. Se ignora el método de que se valen para ello; pero el precio a que dan las obras anuncia desde luego la facilidad con que se hace: por setecientos reales se hallan copias que nadie podría procurarse ni por dos mil. La citada colección está abierta al público, pagando cinco reales por persona: se ven en ella cuadros de mucho mérito, y al lado de los originales están las copias, para que cualquiera pueda examinarlas.
Sobre o autor
Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828). España.
Hijo del escritor Nicolás Fernández de Moratín, Leandro nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, en la calle que hoy lleva su nombre. Sus padres, que habían visto morir a sus otros hijos a corta edad, se volcaron sobre su cuidado y educación, incluso con un exceso de atención y de rigurosidad. El Moratín niño fue, al parecer, introvertido y sensible. Las obras teatrales y poemas de su padre gozaron de cierta resonancia en su época, pero su interés no ha pervivido sustancialmente. Leandro, quien ya tuvo medios y lecturas para formarse en su propia casa, estudió latín y otras materias, pero no ingresó en la universidad. Pronto fue orientado por su padre hacia el aprendizaje de las artes del dibujo y de la joyería (fue aprendiz de joyero durante unos años), pero Leandro se inclinó por la literatura, aunque también cultivó aquellas artes a lo largo de su vida. A los dieciocho años de edad, envió un poema a la Academia (La toma de Granada) por el que se le concedió un premio menor, pero que quizá lo animó a frecuentar los círculos literarios madrileños que se reunían en los cafés.
La muerte de su padre, en 1780, coincide con un momento de cierto reconocimiento de Moratín como poeta, confirmado, dos años después, por otro premio recibido en un certamen académico con el poema Lección poética, una sátira sobre la mala poesía. Su primera incursión en el teatro llegaría en 1786 con El viejo y la niña, que se estrenaría cuatro años después. En 1787, Jovellanos conectó a Moratín con el político ilustrado Cabarrús (padre de Teresa Cabarrús, involucrada en la revuelta francesa del 9 de termidor, que acabó con el régimen de Robespierre en 1794), para que fuera su secretario en un viaje a París. Allí estudió francés, reencontró a algún amigo e hizo contactos nuevos, como con el ya anciano dramaturgo italiano Carlo Goldoni. A su regreso a Madrid, y con Cabarrús cuestionado e incluso encarcelado y temporalmente desterrado debido a sus posturas ilustradas, Moratín hubo de buscar su sustento, el cual encontró con el conde de Floridablanca y, después, con Godoy. Este último lo envió como representante a Francia en 1790, haciendo escala en Bayona para visitar a Cabarrús (que sería rehabilitado por Godoy en 1792). En París, en julio de ese año, fue testigo directo de la situación revolucionaria y la violencia implícita a ella, ante lo cual decidió marchar a Inglaterra.
Allí pudo profundizar en sus estudios dramatúrgicos, así como realizar viajes y conocer a escritores destacados (también inició su conocida traducción de Hamlet). Su viaje continuó atravesando Europa central hasta Italia, donde pasó tres años visitando varias ciudades. Moratín escribió numerosas notas y observaciones de todos estos viajes.