Adentrarse en el laberinto de la memoria de Marcel Proust es iniciar un viaje maravilloso que culmina con el sabor de una magdalena. Los recuerdos de un narrador anónimo, con fuertes reminiscencias del propio autor, se enlazan hasta formar una red de emociones que consigue frenar el efecto destructor del tiempo y recuperar la felicidad del pasado a través de la memoria. A fin de cuentas, tal como afirmaba el propio autor, los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos.
‘Me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en el que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.’
Sobre o autor
Marcel Proust (Auteuil 1871-París 1922) fue un novelista, ensayista y crítico francés. Nació en una familia acomodada y cultivada y dedicó toda su vida a escribir, aunque sin ningún éxito durante más de veinte años. En 1913 publicó, a cuenta propia, ‘Du côté de chez Swann’, que se convertiría en la primera parte de la que sería su obra maestra ‘À la recherche du temps perdu’. La segunda parte, ‘À l’ombre des jeunes filles en fleur’ obtuvo el Premio Goncourt en 1919. Muy enfermo, dedicó sus últimos tres años de vida a terminar su gran obra maestra. Tras su muerte en 1922, su hermano tomaría a su cargo la edición de los manuscritos, que fueron apareciendo uno a uno hasta 1927.