La acción de El vizcaíno fingido, de Miguel de Cervantes, se centra en un timo que un caballero, que dice ser vizcaíno, hace a una dama.
Fragmento de lo obra
El vizcaino fingido
([Salen] Solórzano y Quiñones.)
Solórzano: Éstas son las bolsas, y, a lo que parecen, son bien parecidas; y las cadenas que van dentro, ni más ni menos. No hay sino que vos acudáis con mi intento; que, a pesar de la taimería desta sevillana, ha de quedar esta vez burlada.
Quiñones: ¿Tanta honra se adquiere, o tanta habilidad se muestra en engañar a una mujer, que lo tomáis con tanto ahínco y ponéis tanta solicitud en ello?
Solórzano: Cuando las mujeres son como éstas, es gusto el burlallas; cuanto más, que esta burla no ha de pasar de los tejados arriba; quiero decir, que ni ha de ser con ofensa de Dios ni con daño de la burlada; que no son burlas las que redundan en desprecio ajeno.
Quiñones: Alto; pues vos lo queréis, sea así; digo que yo os ayudaré en todo cuanto me habéis dicho, y sabré fingir tan bien como vos, que no lo puedo más encarecer. ¿Adónde vais agora?
Solórzano: Derecho en casa de la ninfa; y vos no salgáis de casa, que yo os llamaré a su tiempo.
Quiñones: Allí estaré clavado, esperando.
Sobre o autor
Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.
Miguel de Cervantes Saavedra nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría, sucesivamente, a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevarían siempre una vida modesta y no exenta de dificultades.
No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Sí consta su contacto, a partir de 1566, con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época.
Hacia 1569, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes marchó a Roma con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado en el tercio de Miguel de Moncada. Los motivos de este cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma.