Los poemas que constituyen el Cantar de los Cantares celebran una única cosa: la radiante y asombrosa gloria del eros entre varón y mujer. Es un eros que es fin a sí mismo: el éxtasis de estar el uno junto al otro y de ser el uno para el otro, en una ebriedad que llena todos los sentidos. Y toda la naturaleza –la belleza del paisaje, los olores de la primavera…– hace de trasfondo a este amor. Según observó Karl Barth, aquí se da como un desarrollo a partir del relato de la creación de Eva: el asombro del varón frente a la mujer que Dios le presenta y que aquí también responde a ese asombro.
Pero ya no se trata de Adán y Eva. Sin dejar de ser lo que es en su valor propio, el misterio del eros se hace transparente a la historia de Dios con su pueblo Israel, y, finalmente, al «gran misterio» en el que Cristo, el Nuevo Adán, es esposo de la Iglesia. El «fuego ardiente» del eros, «fuerte como la muerte, duro como el infierno», deviene la imagen del Agape encarnado y crucificado de Dios, más fuerte que la muerte y más duro que el infierno.
Adrienne von Speyr contempla este misterio con «intensidad, arrojo y sobrio realismo». Y solo desde ese centro candente, el «misterio nupcial entre Cristo y la Iglesia», nos dice Hans Urs von Balthasar en el prefacio, es «de esperar una reforma real y efectiva en la Iglesia», su Esposa.