Campuzano, el personaje principal de El coloquio de los perros, ignora que su amada doña Estefanía le ha contagiado una enfermedad venérea de graves efectos físicos y psicológicos.Durante su estancia en el hospital será cuando escuche los coloquios de los perros, que por inverosímiles, causarán gran impresión en la vida del personaje. No dejará de escribirlos, maravillándose de lo sabio de los diálogos, propios de eruditos más que de animales.
Confiesa sus imaginaciones a su amigo el licenciado Peralta, el cual, sin dejar de mostrarnos su jocosidad ante tal asunto, accede a leer el coloquio con la condición de que Campuzano deje de intentar convencerle de lo verídico del caso.
El protagonista, que está convencido de que su vida ha sido una vida de perros, se identificará metafóricamente con el perro Berganza, que será escuchado por el perro Cipión, su amigo Peralta.
La metáfora está en la representación del perro como animal fiel y leal, que es la actitud de Campuzano para con la vida, y que es recompensado con ingratitud y a veces con crueldad.
En El coloquio de los perros Miguel de Cervantes llega a cuestionar si existe diferencia entre la irracionalidad animal y la racionalidad humana.
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Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.Miguel de Cervantes Saavedra nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría, sucesivamente, a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevarían siempre una vida modesta y no exenta de dificultades.
No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Sí consta su contacto, a partir de 1566, con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época.
Hacia 1569, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes marchó a Roma con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado en el tercio de Miguel de Moncada.
Los motivos de este cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma.
Los azares bélicos llevaron a Cervantes a la batalla de Lepanto (1571), a bordo de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra mandada por Juan de Austria. En esta batalla fue herido en la mano izquierda, la cual le quedó inútil. Después, tras unos meses de recuperación en Mesina, volvió a participar en las campañas de Bizerta y Túnez.
En el prólogo de la segunda parte del Quijote, el mismo Cervantes refiere con orgullo su participación en la batalla de Lepanto, así como su herida y la compensación que obtuvo por su valor.