El ‘mordisco’ de la envidia, como lo llama Francesco Alberoni en Los envidiosos, ese espasmo doloroso que a nuestro pesar nos atenaza, a la vista de alguien que tiene lo que nosotros no tenemos y que deseamos, es producto del vértigo de la carencia, de la pérdida: la belleza de la amiga que colecciona conquistas, la casa lujosa del vecino, la mayor popularidad del propio alumno, la promoción profesional de un colega, la riqueza de un pariente, se convierten en ataques dirigidos a nuestro propio ser, de los cuales, aunque solo sea por un instante, percibimos el fallo, la derrota, la caída. Es decir, lo que pasa es que alguien interrumpe nuestro deseo de expansión, de autoafirmación, de sobresalir, un deseo infinito, ontológicamente ilimitado, que de pronto choca con un límite insalvable, arrojándonos al abismo de nuestra impotencia.
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Elena Pulcini es profesora de Filosofía en la Universidad de Florencia