Annabelle Forrrester sólo había amado a un hombre en su vida: Rand Dunbarton. El atractivo millonario la había cautivado, pero su vertiginoso romance había terminado de forma amarga cuando Rand la obligó a elegir entre él y su trabajo.
La investigadora privada no podía imaginarse que, un año después, Rand iba a convertirse en uno de sus clientes. A Annabelle le parecía un cruel giro del destino que el hombre que no había podido aceptar su ocupación, en ese momento necesitara su ayuda para descubrir quién estaba intentando sabotear su empresa de ordenadores. Pero, ¿la habría buscado por razones profesionales, o tendría algún otro motivo oculto?
Про автора
La escritora americana Rebecca Winters es madre de cuatro hijos y vive en Salt Lake City, Utah. Cuando tenía 17 años, estuvo interna en Lausana, Suiza, donde aprendió a hablar francés y conoció a chicas de todo mundo. Al volver a Estados Unidos, Rebecca desarrolló su amor por los idiomas y se licenció en Filosofía y Letras.
Rebecca confiesa que se hizo escritora casi por accidente: ‘Me inicié poco a poco como escritora. Al principio, no me gustaba nada escribir, solamente rellenaba lo impresos obligatorios para el colegio. Si cualquiera me hubiera dicho que iba a ser escritora, y que además me encantaría, yo me habría reído y lo habría encontrado completamente absurdo y ridículo. Escribía cartas a mis padres cuando estaba en el internado con 17 años. Mi madre las guardó todas y un día, después de ser madre por segunda vez, me las envió y me pidió que escribiera mis memorias para ellos. En aquel momento pensé que se había vuelto loca, pero como adoro a mi madre, lo hice tal y como me lo propuso. Cuando había terminado de ordenar todos esos pensamientos de la adolescencia, observaciones y opiniones, las semillas de una historia habían comenzado a formar parte en mi cabeza. La semilla se convirtió finalmente en una novela que se publicó en 1979. Se llamó The living Season, y se publicó bajo el nombre Rebecca Burton. Naturalmente, se desarrolló en Suiza y Francia. Unos años más tarde empecé a publicar con Harlequin. Supongo que la moraleja de esta historia es, ¡nunca infravalores la intuición de una madre!’