El 20 de mayo de 1898, en El tiempo de Buenos Aires, se publicó El triunfo de Calibán, de Rubén Darío. También apareció en El Cojo Ilustrado, de Caracas, el 1 de octubre del mismo año, bajo el encabezado «Rubén Darío Combatiente». Por entonces, España estaba en plena crisis debido a la guerra con Estados Unidos, donde perdió la hegemonía de Cuba y Puerto Rico.
En esta obra el personaje de Calibán se convierte en una metáfora, política y cultural de la realidad y el malestar finisecular hispanoamericano.
Para Darío, los personajes antagónicos shakesperianos, Calibán-Ariel representan al colonizador y al colonizado. Rubén Darío toma partido a favor del indígena esclavizado (Ariel) y reconoce en Calibán a la barbarie expansionista estadounidense.
Así asocia a los Estados Unidos con el monstruo Calibán, moralmente inferior. Un ser que reemplaza la razón con la fuerza, en cambio a Ariel lo representa como un espíritu noble.
Inspirados en El triunfo de Calibán, hemos confeccionado esta antología. En ella recogemos algunas de las contradictorias visiones de los Estados Unidos de América que tuvo Rubén Darío durante su vida. A continuación enumeramos los ensayos, poemas y relatos que componen este libro:
– El triunfo de Calibán
– A Roosevelt
– Los cisnes
– Salutación al águila
– A Colón
– Huitzilopoxtli. Leyenda mexicana
– y un fragmento de la Autobiografía de Rubén Darío
Про автора
Rubén Darío (Metapa, 1867-León, 1916). Nicaragua.
De verdadero nombre Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío nació el 18 de enero de 1867, en la pequeña aldea nicaragüense de Metapa. Sólo un mes después, la familia se trasladó a León (Nicaragua), sin mejorar allí apenas su precaria situación económica. De ascendencia española e indígena, Rubén recibió en gran parte su primera educación en casa de un tío abuelo suyo, el coronel Ramírez y Bernarda Sarmiento. En 1881, acabados los estudios en León, y habiendo publicado ya algunos poemas con el apellido Darío (nombre de pila de un antepasado), Rubén marchó a El Salvador, donde trabó amistad con el poeta Francisco Gavidia y avanzó en sus descubrimientos poéticos.
En 1883 regresó a Nicaragua, donde trabajó en la Biblioteca Nacional de Managua y en la secretaría del presidente Adán Cárdenas. Animado por algunos amigos, en 1886 viajará a Santiago de Chile, colaborando allí en los periódicos chilenos y publicando sus primeros libros. Rubén tuvo dificultades para conectar al principio con los círculos literarios e intelectuales chilenos, pero tras obtener el primer premio en un concurso de poesía exaltadora de los próceres chilenos, su nombre comenzó a ser bien recibido. Sin duda, aquel libro fue compuesto con la intención de salir del anonimato, ya que Darío trabajaba por entonces en su poesía innovadora y modernista, cuya piedra miliar será el libro de prosa y poesía Azul, de 1888, en el que se detectan remotas resonancias becquerianas.
Con el tiempo su reconocimiento como primer representante de la nueva poesía se hizo extenso y sus relaciones se ampliaron a los círculos más influyentes, tanto en lo literario como en lo político (fue amigo del presidente Balmaceda). En su breve regreso a Nicaragua, en 1889 (tras la muerte de su padre, meses antes), Darío conocerá a Rafaela Contreras, con la que contraerá matrimonio civil en El Salvador. Después vendrán cortas estancias en Guatemala, Costa Rica y su país natal, hasta que el Gobierno nicaragüense lo envía a España como representante en el IV Centenario del descubrimiento de América, lo que le dio la oportunidad de conocer a numeroso literatos españoles.
Fallecida su esposa en 1893, Rubén se casará al año siguiente con un amor de juventud, Rosario Murillo; dicho matrimonio está envuelto de misterio debido a la reputación de dicha mujer y a los manejos que quizá llevó a cabo su hermano para materializar la boda. Sea como fuere, Rubén Darío es ya un respetado hombre público en toda Latinoamérica, y ese mismo año será nombrado cónsul de Colombia en Panamá y Buenos Aires, realizando después viajes a Nueva York, donde conoció a José Martí, y a París, donde se encuentró con uno de sus maestros, el poeta Verlaine.