El Divino Narciso es el auto sacramental más conocido de Sor Juana Inés de la Cruz. En él se identifica al mitológico Narciso con Cristo, que ve no ya su propio reflejo, sino su semejanza en la Naturaleza Humana, por lo que se trata de una reelaboración del mito griego de Narciso a partir del imaginario religioso católico.
El divino Narciso cuenta con personajes alegóricos, mitológicos y una pequeña participación de personajes bíblicos. Así, Naturaleza Humana, la protagonista, dialoga con Sinagoga y Gentilidad, se enfrenta a Eco y a Soberbia.
Narciso, bellísimo hijo de la ninfa Liríope y del río Cefiso personifica la hermosura de la adolescencia.
El Divino Narciso alude al tema de la conquista de América y a las tradiciones de los pueblos nativos del continente. Sor Juana se aprovecha de un rito azteca, representado por un tocotín, en honor a Huitzilopochtli para introducir la veneración a la Eucaristía y ligar las creencias precolombinas con el catolicismo hispánico.
El título de este auto sacramental alude a El divino Orfeo, de Pedro Calderón de la Barca. Calderón es, muy probablemente, el escritor que más influyó en la obra dramática de Sor Juana Inés de la Cruz.
Esta obra es una joya del barroco novohispano. Se publicó en 1689 para su puesta en escena en Madrid. Fue dedicada a la Condesa de Paredes de Nava y marquesa consorte de la Laguna.
Giới thiệu về tác giả
Sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel de Nepantla, 1651-Ciudad de México, 1695). México.
Su nombre seglar fue Juana Inés de Asbaje Ramírez, y nació el 12 de noviembre de 1651 en San Miguel de Nepantla, cerca de Amecameca (en el actual estado de México), de padre vasco y madre mexicana, de origen andaluz. Su padre, el capitán Pedro Manuel de Asbaje, tuvo tres hijos naturales con Isabel Ramírez y murió en 1669. Su madre se casó después con Diego Ruiz Lozano, tuvo otros tres hijos y falleció en 1678.
Ya a temprana edad, Juana Inés se entregó a la lectura y, como ella misma escribiría después, se le ‘encendió el deseo de saber’. Hacia 1660 fue enviada a vivir con unos familiares a Ciudad de México. Gracias a la extensa biblioteca de su abuelo materno, Juana Inés pudo leer a los escritores culteranos barrocos españoles y a los clásicos griegos y latinos, pero también aprendió la lengua indígena náhuatl y estudió latín.
A los catorce o quince años de edad fue dama de la marquesa de Mancera en el palacio del virrey, donde, además de por su gran belleza, fue admirada ya por su locuacidad y sus conocimientos. Debió escribir sus primeros textos hacia los doce años de edad, aunque sólo los escritos a partir de los dieciséis o diecisiete años presentan un pleno concepto literario.
Juana Inés, que había mostrado tempranos deseos de estudiar en la universidad, y ante las dificultades que ello suponía para una mujer, acabó optando (por motivos no del todo diáfanos) por ingresar en el convento carmelita de Santa Teresa la Antigua, en 1667; dos años después, debido a la extrema austeridad de las carmelitas, cambió sus votos por los de las jerónimas y vivió en el convento de San Jerónimo. Desde allí siguió en contacto con virreinas, virreyes y personajes de la cultura del México colonial, participando en diversas manifestaciones literarias, teatrales y musicales.
La peculiaridad de esta monja escritora es que, junto a sus textos religiosos, dejó una abundante y sorprendente producción de prosa y poesía profana, mucha de ella de tono amoroso y, por momentos, hasta erótico. Su hambre de saber la llevó a profundizar en la teología, terreno reservado entonces a los hombres; pero ella se entregó como autodidacta también a ello, como a todo lo que emprendió.
No se sabe aún cómo, en 1690, comenzó a difundirse un escrito suyo en el que expresaba brillantemente ideas teologales, y especialmente sobre el amor humano y el divino. El obispo publicó entonces aquel escrito, precedido de un prólogo de él mismo a modo de respuesta admonitoria, y que iba firmado con el seudónimo de sor Filotea de la Cruz; se trata de la llamada Carta atenagórica. Pero, sor Juana Inés respondió en una larga carta (Respuesta a sor Filotea de la Cruz), en la que argumenta que el saber no debería estar vetado a la mujer, aportando numerosos ejemplos bíblicos y de la historia de la cristiandad en que las mujeres han contribuido al desarrollo humano y espiritual. Es probable que este gesto no sentara bien en las instancias eclesiásticas, y que fuera el motivo de que la obligaran a vender sus útiles científicos, sus instrumentos musicales y casi toda su biblioteca (‘quita pesares’, como ella la llamaba), para dedicar después el dinero que obtuviera a la caridad.